El fracaso de la izquierda en las elecciones españolas, francesas, belgas o italianas de estos dias, no hace sino rubricar el declive de esas fuerzas en toda Europa.
Tras la desaparición del denominado “campo socialista”, la izquierda no ha sido capaz de analizar la nueva situación, refugiandose en etiquetas y lugares comunes del pasado, que ya no funcionan. Esto ha afectado a los que han mantenido las esencias (portugueses, griegos, belgas,…) y a los que han querido ampliar campo (españoles, italianos,…). Como paliativo de la caida, asistimos a una maraña de siglas “unitarias” que les han echado en brazos de ecologistas, nacionalistas de medio pelo o seudo pacifistas, que han difuminado su perfil, sin añadir más que confusión.
La pérdida de valores éticos (y la política de izquierda alardeaba de tal) ha llenado sus filas de dirigentes oportunistas. Gente buena para la creación de camarillas y el apuñalamiento del adversario para conseguir poder. Los sindicatos, los partidos socialistas de Francia o España o sus partidos comunistas, son un ejemplo claro. Los honestos, los que se creen la necesidad y posibilidad de transformación social, han terminado yéndose a su casa o refugiándose en una ONG. El desencanto es evidente.
Para colmo, en especial en Europa, la derecha más civilizada ha adoptado una cara mucho más humana, asumiendo enormes parcelas del estado de bienestar y proponiendo (Sarkozy es el ejemplo) una renovación del Contrato Social que supone el Estado de Derecho y una nueva revisión de los valores éticos de ese Estado.
Por ello, si la izquierda quiere sobrevivir organizada, deberá repensar sus propios proyectos, hablar de ideas y no de etiquetas, recuperar valores y no coches oficiales y subvenciones. En el caso de España, está por ver si es capaz de generar un proyecto para todo el país o se conformará con pillar “cacho” en un reino de taifas.
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